El ponfólix o eccema dishidróico es una forma menor o atípica de la dermatitis atópica. Su frecuencia aumenta a partir de la pubertad. Se trata de una forma de eccema en la que el edema se acumula, formándose pequeñas vesículas que aparecen generalmente en los laterales de los dedos y que se extienden posteriormente a palmas y plantas. Cursa con sensación de ardor, prurito intenso o quemazón¹. El tratamiento está encaminado a secar las lesiones, mediante fomentos y polvos. Además de la evitación de sustancias irritantes, se usan antihistamínicos orales y ocasionalmente esteroides tópicos.

La localización de las lesiones en la zona interdigital de los pies es muy característica de la infección por dermatofitos; sin embargo, la presentación clínica suele ser en forma de lesiones descamativas, fisuras y maceración, y no como vesículas. Asimismo, las lesiones suelen ser asimétricas y el dorso del pie no suele verse afectado en la Tinea pedis. En ocasiones asocia afectación ungueal, hecho que es infrecuente en el eccema dishidrótico².

Es una reacción inflamatoria a alérgenos (níquel, cobalto mercurio, productos cosméticos…etc.) que penetran en la piel, mediada por un mecanismo inmunológico tipo IV. Aunque esta dermatitis también puede cursar con la aparición de vesículas y ampollas pruriginosas (eccema), suele localizarse en zonas en contacto con el alérgeno, normalmente en la región facial, el cuello, el tronco, áreas cutáneas fotoexpuestas… Asimismo, suele haber una relación temporal clara entre el desencadenante alergénico y la aparición de la dermatitis, de manera que al evitar el contacto con la sustancia sensibilizante se consigue la mejoría de las lesiones. Además, el inicio de la clínica suele ser más agudo en la dermatitis alérgica de contacto que en el eccema dishidrótico³.

Se trata de un tipo de toxicodermia, mediada por una reacción inmunológica tipo IV, que simula tanto clínica como histológicamente un eccema de contacto y que aparece tras una exposición solar normal. Las lesiones se extienden más allá de las áreas fotoexpuestas (a diferencia de la fototoxia, en la que la lesión está limitada a áreas fotoexpuestas) y precisa una sensibilización previa y un periodo de latencia entre la exposición y la clínica (lo que no ocurre en la fototoxia, donde las lesiones aparecen inmediatamente después de la fotoexposición, sin precisar sensibilización)⁴.