Es una infección ósea que está causada, en general, por bacterias, especialmente S. aureus, cuyo origen suele ser por vía hematógena a partir de una bacteriemia. De esta manera, por su rico aporte vascular, se produce una infección en la metáfisis de los huesos largos, desarrollándose posteriormente una infección en la médula ósea y el hueso cortical.

Incluyen dolor e impotencia funcional, pudiendo haber tumefacción, calor y eritema cuando la infección progresa al espacio subperióstico y tejido subcutáneo. Además, puede asociar malestar general, irritabilidad, disminución del apetito y la actividad o fiebre.

Se basa en la anamnesis y exploración física, que se complementan con pruebas analíticas, microbiológicas y de imagen. En la analítica es frecuente, aunque inespecífico, la elevación de la velocidad de sedimentación globular (VSG), de la proteína C reactiva (PCR) y de otros reactantes de fase aguda, siendo infrecuente la leucocitosis.

Se debe recoger hemocultivo. La punción ósea se reserva para los casos de mala evolución, abscesos u osteomielitis crónicas. Ante la sospecha de tuberculosis osteoarticular se debe solicitar la prueba de tuberculina y otras pruebas específicas. Las pruebas de imagen que ayudan a confirmar el diagnóstico incluyen la gammagrafía y la resonancia magnética, como se ha explicado anteriormente.