La mayoría de los casos de abuso sexual infantil (ASI) que pasan ante el pediatra no lo hacen con motivo de una revelación de la víctima (que siempre sufre la imposición del secreto) ni por lesiones traumáticas agudas por agresión genital, sino, casi siempre, por la manifestación de signos comportamentales o síntomas que, en una primera valoración, no evocarían tal diagnóstico.
Los profesionales no estamos exentos de sufrir los reflejos psicológicos de huida que a todo ser humano con sentido de moralidad le ocasiona enfrentarse a fenómenos tabú, como el del incesto o el abuso de niños muy pequeños, o a su simple sospecha. Este es un reflejo que, en cambio, como profesionales, no nos podemos permitir y debemos combatir, por nuestro compromiso por ley con la obligación de protección al menor, puesto que negar la probabilidad del hecho implica negar también la investigación, la definitiva confirmación o descarte del ASI y, lo que es peor, la oportunidad de protección, tratamiento y rehabilitación psicoemocional del menor, condenado de otro modo a padecer las graves secuelas biográficas, sociales y psicoemocionales que pueden dañar para siempre su integridad y marcarán su vida.
En este artículo se exponen los principales obstáculos que dificultan o desmotivan la labor de detección y notificación de casos de ASI por parte de los pediatras. Se ha considerado oportuno desarrollar este objetivo mediante el análisis y abordaje de las siguientes cuestiones: 1) fenomenología del ASI; 2) ¿qué nos enseñan los casos judicialmente resueltos?; 3) ¿cómo intuir el ASI?, y 4) tratamiento integral del menor víctima de ASI y especificaciones para casos de agresión sexual aguda revelada.
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